A veinticuatro días de navidad, como siempre, dentro de mi navega una sensación de nostalgia que se combina con ilusión, una ilusión que se apaga y se enciende según el día y el momento. Esas tardes andando por el Paseo de Gracia con las luces de navidad encendidas. No importa si un año el alumbrado es más sencillo que otro, el brillo que desprenden me produce una sensación de felicidad que me aleja del estrés diario y de la vida cotidiana.
Como cada año, paseo con los auriculares puestos que se enredan a menudo con la correa del bolso, pero intento que suceda lo menos posible para no distraerme de mis pensamientos. A la vez, centenares de personas se entrecruzan conmigo, pero no escucho nada; solo mi voz interior y la música. La música que a veces va a acorde con el decorado, esos villancicos que recuerdan a la infancia o simplemente, esas canciones melancólicas que te hacen soñar.
Camino sin rumbo, me tomo mi tiempo para pensar. Imagino situaciones que me gustaría vivir en un futuro y repito de nuevo la misma canción si esa me ayuda a interiorizar más intensamente la fantasía creada en mi mente. No rechazo mi vida, pero trato de mejorarla, tomar esas decisiones que en la vida real desearía hacer, pero no consigo por miedo, duda o rutina. En ese sueño despierto, recreo ese mundo ideal que, acompañado de la música, me relaja y me hace feliz.